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soloJazz

Máquinas voladoras

:CREADO: [2007-07-20 22:06] :ACTUALIZADO: [2007-07-29 20:28]

Cuando era niño (lo fui, se demuestra por Bolzano), pensaba en inventar cosas. Más bien, pensaba en fabricar cosas, como si la invención fuese una etapa menor.

Tuve mi época de máquinas voladoras… quién no. Mientras los demás niños se agarraban a las patadas, y me agarraban a las patadas, yo me imaginaba viendo a toda esa manga de borregos imbéciles desde arriba, en mi máquina. Lo importante era que uno iba acostado, mirando para abajo. No había detalles ni dibujos de esta máquina, más bien me imaginaba los viajes. My own private GoogleEarth, 30 años antes.

Un libro de hovercrafts que había en la biblioteca, ocupó otro gran mordisco de mi infancia.

Fabricar uno de estos aparatos. Pequeñejo, como para uso familiar. Miles de dibujos. Turbinas de gas, carrocerías, hélices, colchones de aire. Fascinación absoluta.

Me doy cuenta ahora de algunos de los orígenes de yo. Por ejemplo, lo que más tiempo y preocupación me llevaba era el diseño de la cisterna del baño del hovercraft. Un detalle ridículo. Y sigo viviendo en base a detalles ridículos. Ojalá algún día vea el big picture.

También estuvo la época del robot. No existen aún tal como me los imaginaba.

Tardes enteras mirando para el jardín y notando que todas las plantas son distintas, y cada una es distinta según desde dónde se la mire. Entonces, ¿cómo guardar en el robot la foto de una planta para que la pudiera reconocer? Habría que guardar centenares de fotos, como para que al menos pudiera buscar y encontrar una parecida, y saber que lo que tiene enfrente es una planta. Ya me imaginaba adentro del aparato rollos de película, uno para plantas, otros para otras cosas. Hay unas cuantas cosas en este mundo. Es esta variedad la que mató al robot. Nadie me dijo que leyera a Platón, con su mundo ideal, con la planta ideal, el sapo ideal, y el mundo ideal ideal. Por suerte; no hubiera servido de mucho.

A todo esto, el dormitorio se iba llenando de porquerías. Cualquier chatarra que pudiera servir para armar cosas en el futuro. Esta capacidad la heredé, no hay duda de ello. Luego, recientemente, una suerte de rebeldía me llevó a vivir en una casa vacía, y donde periódicamente tiro a la basura esas porquerías que se comienzan a acumular.

La educación me curó de todo eso. Siempre dispuesta a aniquilar indicios de creatividad. Con sus mentiras y los bestias intermediarios.

A tal punto que ahora soy yo el agente de educación, armado de mentiras, haciendo teatro para dar suspenso y emoción a lo árido y aburrido.

Quisiera poder pensar con el cuerpo, y no sólo con la cabeza. Hacer música y no sufrir notas. Amar sin estar pensando en cosas que podría escribir.

Y en esta posición alta, metálica, impenetrable, aparece el ángel Gregorio y me patea el banquito, y caigo casualmente en hacer máquinas voladoras. Pero ya no es lo mismo.