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soloJazz

La vieja lámpara de aceite

:CREADO: [2007-09-16 11:41]

Ya eran como las nueve cuando me vibró la primera vez. La Comisión de Instituto acababa de cumplir tres horas, y no parecía terminar más. Desenrrollo el teléfono, y aparece la reconocible voz áspera de Mecha en pedo que me dice:

¡Rata!

Sin contestar una palabra, corté y volví a tratar de concentrarme en la reunión esta. En realidad estuve desde que empezó tratando de concentrarme, pero el instinto animal, muy sabio, me prohibe lograrlo.

Otra vez la vibración en la pierna. Esta vez directamente apagué el aparato.

A partir de ese instante, mientras los otros discutían cuántos créditos asignarle a las pasantías, yo comencé a dudar seriamente si valía la pena ir al maldito vernissage.

Unos minutos, y varios viajes interiores después, noté que la gente se levantaba. Deduje que la reunión había terminado, lo cual me indujo un alegre suspiro. Se supone que yo era además el secretario de actas. Vaya a saber Dios la de incoherencias que quedaron plasmadas en ésta. Última mirada al correo. Había uno de Cecilia, que decía algo del viernes y los cumpleaños y una amiga y Juana, ¿otra Juana?, y del 9 de julio. No entendí el cumplaños de quién era el 9 de julio. También había varios mensajes de Ateka, esos que caen de a miles, y que agregan algún monomio a un mensaje anterior. Es casi coloquial en cámara lenta. Se me cagó el viernes.

Fría y apuradamente salí del tenebroso edificio y puse la calefacción al máximo en el fiel autito, que me estaba esperando como siempre. Mientras allí me dirigía, seguía dudando si ir. Había empezado a las siete y media, Mecha ya estaba en pedo y con lo de la llamada corría un alto riesgo de que mi saludo le dejara un ojo negro y la gente que va a los vernissages de Mecha no me cae muy bien, se disfrazan de artistas bagabundamente prolijos y actúan de bohemios, pero no les sale nada bien y se les nota lo frustrado enseguida.

Ateneo de Montevideo, y hasta había un generoso lugar para estacionar. Nunca me di cuenta de que tal edificio existía en ese lugar. Esas cosas gigantes que no se ven.

Trepando por la escalera de la entrada, veo los rasgos afrancesados que Mecha lleva en la sangre, y su vozarrón, despidiendo gente.

¡Rata!

me vio venir. "Ya terminó"

Ya era demasiado. Soy una persona tolerante, y más cuando el otro está en pedo, y más si es pedo de vino lija de vernissages, pero que en un día largo y poco productivo a uno lo traten de sucio roedor por primera vez en la vida, y ya dos veces me cayó especiamente mal. Desvié la mirada y me fui a saludar a la juana, también en pedo, y a charlie, mi hermano siempre con su maletín, que estaba con Santiago y su compañera, que se llama algo entre cecilia y graciela, no escuché bien. Yo sabía que el Santi iba a estar en Montevideo, y que probablemente Charlie los lleve ahí. Creo que por eso fui.

"Rata" por tercera vez resonó cerca mío. Yo hace rato había decidido que no estaba, así que no la vi.

Tal fue la visión esta mañana, que llevé una púa en el bolsillo. Siempre alguien lleva una guitarra… es un evento especial para juntar artistas frustrados. Se alinearon la púa, la guitarra, y el Santi, que es un artista de veras, y tocó una de sus canciones, la de q>imagen reveladora lalala lala". Todo el mundo con la neurona desubicada al escuchar una canción tan buena, con tanto aire de popular y candombe, que sin embargo nunca habían oído. Entre los frustrados, algún idiota llevó restos de un violín, y se puso a desafinar melodías gastadamente archiconocidas. De terror. ¿por qué sonarán tan fuertes los violines?

Por suerte los locatarios comenzaron a apagar las luces y nos tuvimos que ir.

Fueron 4 veces en total que me trató de roedor.

Eran las diez. Nos fuimos charlie, santiago, gracilia y yo al Tabaré. Yo llegué primero, y conseguí una mesa y comencé a estudiar la carta de vinos y el menú y el ambiente y la música. Una milonga no sé de quién.

Al rato caen los otros tres. Llevó como veinte minutos para que decidan qué querían comer. Le pregunté a la aeromoza, que debe ser nueva porque no la conocía, si hoy estaban cocinando con amor, a lo cual me respondió aburridamente de que no sabía, ¿por qué? porque a veces no, le dije. Media lela no aportó mucho, pero como había poca gente supuse que sí estaban cocinando bien y me animé a pedir una carne, lomo con miel al estragón, pero de entrada, para picotear, una tortilla coruñesa. El vino fue un tema. La cuarta elección fue la que por fin tenían. Estaba bueno.

Por supuesto, en una esquina y charlando como siempre con una gordita rubia distinta, estaba la vieja lámpara de aceite con su negro atuendo, haciendo equilibrio sobre sus patas enrolladas sobre la silla. En toda la noche salió y volvió a entrar como diez veces. Increíblemente, la tortilla llegó a los pocos minutos, y los platos ni bien terminamos con la tortilla. Y todo muy bien, evidentemente había algo de amor en la cocina por más que Uruguay iba perdiendo. En una de sus maniobras, el ágil y preciso hermano que tengo volcó su copa de vino de manera que salvo alguna gota que dio contra la pared, el resto cayó sobre mí y mi mantelito. Genial.

Santiago es un personaje. Nunca había tenido tiempo de charlar con él como hoy. Realmente muy disfrutable y muy divertido. Por ahí fue que se me ocurrió bautizar al peludo como la vieja lámpara de aceite. Tiene tanta mugre en ese pelo, que si se lo prendés fuego, aguanta fácil una semana.

Aún me quedaba algo de lucidez. Tal es así que noté que varios de los sujetos que bajaban y subían del sótano estaban el otro día en el cumplaños de Alvaro. Deducción más que brillante: Alvaro debe estar allá abajo. Efectivamente, mi hermano bajó y demoró unos minutos y volvió con Alvaro, como por arte de magia. Santiago me miraba con las pupilas dilatadas y sus largas cabelleras que darían envidia a los cristos cachudos que llevan los conductores de CUTCSA a sus espaldas. Venir a una ciudad veinte veces más grande y un miércoles a medianoche asegurar que un conocido común debía estar en el mismo lugar y que efectivamente esté ahí realmente lo superó.

Alvaro, entre los miles de superamigos que tiene, arregló para que Santiago fuese a tocar en vivo a un programa de radio sarandí. El santi ya no creía ni a su cédula.

En cierto momento comenzó a caer una manada de cuarentones no asumidos de los que normalmente van al Tabaré y se conocen y se saludan con abrazos fraternales y se manguean clericó y la lámpara de aceite se hizo la fiesta afanando bebidas a todos éstos. Evidentemente había terminado el partido.

Rematamos con tés y cafés. Santi y yo tomamos té, charlie y racilia café, y nos pareció tan tentador e inadecuado, que hasta birndamos con las tazotas. Charlie se había comido un postre, pero no le dimos mucha bola.

Charlie se fue a llevar a la mágica pareja a Tres Cruces y yo me volví a casa, a las dos de la mañana. En el tranquilo viaje se me ocurrió la primera línea de este cuento, así que aquí estoy, en la mitad misma de la semana, a las 3, tipiando.